Ciertamente estamos viviendo momentos plagados de emociones y de incertidumbre. De inmediato trasladé el concepto de emoción a los procesos de enseñanza-aprendizaje, lo que me lleva a la pregunta: ¿el cerebro necesita emocionarse para aprender?
Actualmente la neurociencia nos da pruebas de que las emociones influyen en el funcionamiento del cerebro y están relacionadas principalmente con la amígdala cerebral.
Desde un punto de vista biológico, las emociones son simplemente sustancias químicas en sangre que provocan cambios en el organismo. Estos cambios son variados: reacciones vasomotoras, intestinales (diarrea), secretoras (sudoración, lagrimeo), renales (poliuria), musculares lisas (espasmos), circulatorias (taquicardia, cambios tensionales), respiratorias (taquipnea, disnea), descenso de la resistencia eléctrica de la piel (reflejo psico-galvánico), que fácilmente podemos reconocer en nosotros mismos cuando sentimos miedo, enojo, alegría, etc.
Para Lucas Malaisi, psicólogo especializado en educación emocional, las emociones son estados psicobiológicos que brindan información y energía existencial, y afectan profundamente el desempeño personal. Otra definición interesante es la propuesta por Enric Corbera desde la Bioneuroemoción. Según esta filosofía las emociones son el vehículo que une el consciente con el inconsciente. Por ello nos brindan información sobre cosas que tienen que ver con toda nuestra existencia –sea pasada, presente o futura, relacionado con la intuición-.
Así, en la emoción se produce una variación psíquica y somática que actúa como estimulante para movilizar los mecanismos de adaptación del individuo frente al estímulo. Esto coincide con el significado etimológico de la palabra “emoción”, que proviene del latín y quiere decir moción, movimiento, impulso que induce a la acción.
Básicamente las emociones displacenteras activan el sistema simpático, que acelera el corazón, dilata los bronquios, contrae las arterias e inhibe el aparato digestivo, preparando al organismo para reaccionar con todos sus recursos ante la situación de peligro o estrés. Mientras que emociones como placer, felicidad, alegría, alivio, dicha, deleite, satisfacción, tranquilidad, amor, permiten el ingreso a escena del sistema parasimpático. Esto determina dos grandes dominios de acción inducidos por las emociones: Modo Defensa, que es una plataforma emocional que nos prepara para huir o defendernos, pero deshabilita las funciones de descanso, digestión, inmunología, sexo, memoria, creatividad, reconstitución celular, entre otras, esto ocurre cuando estamos bajo el dominio de acción de emociones como enojo, miedo, vergüenza, etc., es decir, estamos en simpaticotonía. Mientras que cuando estamos bajo el dominio de acción de emociones que permiten que las cosas fluyan y los proyectos prosperen podremos estudiar, reflexionar, recordar, tener relaciones sexuales, comer, reír, bailar, cantar, hacer deporte en forma habilidosa, estar atento y elocuente, etc. Este es el Modo Creativo, caracterizado por un equilibrio entre el sistema simpático y el parasimpático.
Cuando las emociones positivas nos impregnan de energía podemos concentrarnos mejor y empatizar más, ser más creativos y mantener el interés por las tareas (Davidson, 2012). Richard Boyatzis comenta: “hablar de sueños y metas positivas estimula centros cerebrales que nos abren nuevas posibilidades. Pero si la conversación cambia a lo que deberíamos corregir en nosotros, esos centros se desactivan” (Goleman, 2013).
De este modo sólo podemos aprender bajo dominio del Modo Creativo, es decir que ambientes en los que los estudiantes se sientan seguros y en donde se asuma con naturalidad el error, reciban apoyo y elogios por sus esfuerzos y se generen expectativas positivas sobre su rendimiento favorecen directamente a los procesos de enseñanza-aprendizaje.
Fritz Perls, un reconocido autor de psicología, dice de las emociones: “son la fuerza básica que energiza toda nuestra acción”. Son el motor del hombre que moviliza los medios para la satisfacción de las necesidades. Esto se liga directamente con la motivación y la curiosidad. Sabemos que cuando se estimula una mayor curiosidad aumenta la activación de regiones vinculadas al llamado sistema de recompensa cerebral en el que interviene el neurotransmisor dopamina. La activación de este mecanismo de acción asociado a las experiencias positivas mejora la actividad del hipocampo y facilita el aprendizaje. O si se quiere, cuando aprendemos con alegría o a través de lo que nos motiva, el cerebro tratará de repetir la acción y ello permitirá consolidar mejor dicho aprendizaje. Y, como dice Francisco Mora, cuando se enciende la emoción se facilita la atención, un mecanismo imprescindible para la creación de conocimiento.
En estos días en que nos estamos encontrando, trabajando y, enseñando y aprendiendo a distancia no olvidemos la gran importancia que tienen las emociones en nuestros intercambios.
Como dicen Eva Bach y Anna Forés, que la tecnología no sólo una útil herramienta, sino un espacio tejido de emoción, empatía, cooperación, satisfacciones, juego y humor.