Es apenas imaginable el impacto institucional para la ciencia que tuvo el anuncio del inicio del aislamiento social obligatorio y la reducción de la actividad pública (incluida la científica) a lo estrictamente esencial.
La distancia y el aislamiento dejaron vacío el escenario cotidiano de nuestra labor, naturalizada en presencia, a veces sobrepoblación en los eventos más convocantes, como actos y presentaciones de alta repercusión, las reuniones y los encuentros. Todo un esquema de gestión y administración de la actividad científica basados en las relaciones institucionales y en la presencialidad y el manejo de las distancias basadas en una pragmática arraigada y pocas veces cuestionada.
La ciencia de repente se volvió en el centro de las esperanzas y expectativas de una sociedad desnuda frente a la incertidumbre y –sobre todo- el desconocimiento. La búsqueda de una comprensión de lo que pasa, de una genealogía que nos aleje de la visión mítica de la enfermedad, que aproxime respuestas personales y de conjunto frente a los efectos del aislamiento y la dependencia de la tecnología, son apenas algunos de los aspectos que recojo de esos primeros días.
Cabía entonces, reinventar el aparato de respuesta de la ciencia para sumarse al esfuerzo del sistema sanitario público, generar soluciones para las personas en emergencia, o en aislamiento o directamente exiliados en su propio país.
En casos muy puntuales, equipos de investigación y centros de ciencia de nuestra Universidad pudieron realizar aportes concretos a la lucha contra la enfermedad. Muchos pudieron canalizar a través del ejercicio docente a distancia, esta verdadera construcción de nuevos problemas para la construcción del saber que es la virtualidad.
La generalización de espacios de encuentro, reflexión y acuerdo virtuales, requirió de la rápida apropiación de nuevas habilidades y lenguajes digitales. Uno de los sectores que más rápidamente se adecuó a este escenario fue la ciencia, con sus foros, congresos y conversatorios. El retorno paulatino a las actividades, a lo que se denomina la nueva normalidad, ha puesto lo que antes era una condición deseable, como una necesidad excluyente. Las marcas y señales de distancia, los productos de higiene, los protocolos de seguridad, las nuevas reglas de socialidad no son otra cosa que producto de la respuesta de la ciencia frente a un evento global.
Su construcción parte de prácticas deseables y recomendaciones que se han vuelto hoy obligaciones. Y cuya formalización ha demandado el ejercicio de una lógica que se ha instalado en todos los niveles de la sociedad.
Es de esperar que la ciencia, resignificada como parte de nuestra nueva condición de vida, haya llegado para quedarse.