Nota

  • 24 Febrero, 2021
  • Visto 364 veces

Mag. María Luisa Bossolasco

ML

Cuando se piensa en los modos de volver progresivamente a la presencialidad, con las restricciones que esto implicará, se comienza a hablar de "enseñanza mixta", "dual", "híbrida"...

En ese sentido, en el marco de una institución de nivel de posgrado con una fuerte tradición de presencialidad, me imagino la posibilidad de un docente ofreciendo su clase en una aula presencial, junto a un grupo reducido de estudiantes allí presentes y, en simultáneo otros alumnos participando de esa misma clase, pero conectados de manera remota desde sus hogares. ¿Crees que esta opción podría ser viable?, ¿qué posibilidades y/o riesgos deberían considerarse?

Creo que Jarabe de Palo tiene la respuesta oportuna para esta pregunta: “Depende, todo depende…” ¿Y de qué depende?, podríamos re-preguntar…

Por un lado depende del tema o contenido que se busque trabajar. Enseñar a usar un software, solo con clases desde esta lógica que implica un trabajo personalizado ante la necesidad de cada estudiante, creo que podría llevar a un caos interesante. También se me ocurre que no tendría sentido utilizar este formato para trabajar solo cuestiones teóricas que pueden presentarse de otra manera. Tal vez lo ideal sería reservar estas “clases” para dinámicas de trabajo grupal. Grupos que se encuentren conformados de manera mixta por estudiantes del aula física y por otros conectados de manera remota, y en donde el docente vaya circulando y ofreciendo orientaciones.

Por otro lado dependerá de las posibilidades que tenga el docente para sostener la interacción de un grupo; pues con este formato también deberá efectuar intervenciones para implicar en la clase a quienes están del otro lado de la pantalla, evitando olvidarse de ellos. Parto del supuesto de que emocionalmente este grupo puede sentirse menos “presente” e involucrado en esa clase, al no estar poniendo el cuerpo allí; sobre todo si eran alumnos con una fuerte tradición de presencialidad. Tal vez, en el diseño de la clase, haya que pensar más en ellos que en quienes asistan al aula física. Son dudas que surgen.

Al mismo tiempo, para responder a esta pregunta debería considerarse el perfil de estudiantes. Si bien se ha visto en este tiempo que existe un grupo que necesita la presencialidad y el contacto periódico con el docente para poder dar continuidad a su proceso de aprendizaje, hay personas que prefieren aprender a su ritmo y en sus tiempos y cada vez evitan más asistir a un horario fijo pre-establecido por la institución. Este segundo grupo de personas tal vez puedan percibir que pudiendo estar en sus hogares, administrando sus tiempos con mayor autonomía; con este formato se les condiciona -en alguna medida- a seguir el ritmo de “la clase” y destinar cuatro horas a aquello que podrían haber resuelto en dos; o bien en cuatro horas, pero de modo fraccionado.

En caso de buscar que prevalezca la presencialidad tal vez se puede pensar en una reorganización de espacios. Pienso en más aulas físicas en simultáneos, destinadas a un mismo curso en donde el docente pueda transitar por ellas y vaya rotando el lugar desde el cual se efectúan las exposiciones o intervenciones a “todo el grupo”.

En cualquiera de los casos siempre estoy pensando estas opciones para estudiantes de nivel de posgrado, que cuentan ya con un recorrido previo de aprendizaje y el desarrollo de estrategias de autogestión del mismo. A pesar de ello, percibo que exigirá un esfuerzo mayor, por parte de todos, y surgiría la necesidad de un docente auxiliar o un asistente que se ocupe de las cuestiones técnicas y/o de acompañar al docente en sostener las dinámicas de interacción. Interacción que ahora no solo se darán de modo oral en el aula, sino además de modo oral en la pantalla o por medio de mensajes, según sea el medio que utilicen para establecer la comunicación sincrónica.