El anhelo de establecerme en este maravilloso país, surgió desde muy pequeña entre tantos relatos que mi abuelo me trasmitió sobre su Suiza natal, y los lazos que nos unía con nuestros parientes Helvéticos que siempre estuvieron presentes. Con los años me di cuenta que había una parte en mí que quería proyectar el futuro en el lugar de origen de mis antepasados y me enamoré a la distancia de Suiza.
Hoy, a un año de nuestro desembarco, me siento feliz viviendo en la montaña rodeada del imponente escenario que brindan los Alpes y cómo bióloga, disfrutando, observando y admirando el despliegue de la naturaleza en todas sus formas y expresiones. El aire helado, la nieve que no cesa durante semanas, que luego se transforman en meses; la dinámica incansable del bosque y sus colores que marcan cada estación del año, la inmensidad del paisaje y la naturaleza alpina que nos rodea y se deja observar a través de las ventanas de la casa. Decenas de ciervos, huidizos zorros, el sonido cotidiano de los cuervos son parte de lo cotidiano, aunque fueron los lobos quienes obtuvieron toda mi atención este invierno, cuando una manada atravesaba el bosque una tarde de paisaje blanco. Después con la primavera y el gradual ascenso de la temperatura los colores resurgen, las praderas se tornan verdes brillantes y llenas de flores y los lagos vuelven a ser de agua y no de hielo.
Suiza nos recibe con los brazos abiertos, la gente es amable y tranquila. En cada calle que camino, entre las casas más antiguas y hasta en los árboles veo algo de mis antepasados. Me gusta pensar cuanto disfrutaría mi abuelo de todo lo que mis ojos pueden ver e inevitablemente reflexionar sobre los fluctuantes e interminables ciclos de la vida.
Debo decir que no es tarea fácil llegar a otro país con una familia. Con nuestros hijos más pequeños la situación fue más amena, porque aún no están en edad escolar; a diferencia de nuestra hija, la cual debió emprender una nueva vida escolar, entonces fue todo un desafío. Ahora, después de un tiempo, puedo expresar con gran orgullo que ella superó ampliamente mis expectativas y también dejó atrás mis miedos, demostrando ser una muy buena alumna que comparte con sus compañeros vivencias y experiencias en el idioma local. Entonces, me di cuenta que en realidad se había tornado más difícil, por decirlo de algún modo, para nosotros como padres, que debíamos asimilar todo acerca del sistema educativo, e incluso situaciones que parecían normales de entender se volvieron no tan fáciles, desde el enunciado de una tarea o asistir a una reunión de padres, pero con el tiempo todo se pudo ir superando.
Creo que vivir en otro país, tanto en un período corto de tiempo o establecerse definitivamente es siempre una experiencia enriquecedora en todos los sentidos. Aprender un nuevo idioma, adaptarse a las formas y costumbres de otra sociedad, las diferencias climáticas, los nuevos sabores, el relajar algunos sentidos y agudizar otros, hacen que miremos la vida con otros ojos y por qué no, veamos también a nuestro país desde otra perspectiva a la distancia; pero por sobre todo nos hace aprender, hace que nos demostramos a nosotros mismos capacidades que quizás no sabíamos que las teníamos, y que cada vivencia y situación que se presenta se transformen en una experiencia única e irrepetible.
Sólo puedo agregar, cómo consejo quizás, y desde mi experiencia, que quienes tengan la oportunidad de realizar una pasantía, un intercambio o una estadía en otro lugar, ¡no lo duden, que se animen! Salir de nuestra zona de confort es la mejor forma de crecer.